Es un choque de filosofías, un poco como cuando pones una torre de hielo al lado de un Palacio del 800: a algunos les gusta, pero otros quedan horrorizados. Pero los japoneses son hábiles en el diseño y en la arquitectura, ahora le tocará a Keisuke Honda mostrar que sus contemporáneas líneas no desentonan en el arco histórico del Milan. Keisuke porta la camiseta que fue del refinado Gianni Rivera, pero también de otro Balón de Oro como Ruud Gullit, hasta acabar en las espaldas de Kevin Prince Boateng, haciéndose que muchos torcieran la nariz.
Se dice: estos cambios son la señal del tiempo, antes el número 10 del Milan era lo máximo. En ciertas ocasiones Prince se hizo querer con goles marcados contra la ley de la gravedad, como sucedió ante el Barcelona en San Siro: si lo consigue también Honda, nadie recorderá más lo atípico de su lado japonés bajo una de las camisetas más preciadas de la tradición rossonera, y no solo eso. Rivera representa el periodo clásico del fútbol, Gullit con su presencia física la energía y la fuerza revolucionaria del fútbol de Arrigo Sacchi.
Rivera era el jugador perfecto, nunca descompueto, Brera lo llamaba Abatino, pero ni siquiera eso fastidiaba a su ego. Porque el número 10 siempre tiene un ego desproporcionado, sin el cual raramente llega a calar dentro de esa camiseta mágica. Rivera es el hombre de la primera Copa de Campeones ganada por un club italiano, pero también el emblema de tantos necesarios pasillos para hacer funcionar esa clase. Rivera representa el mito del primer Milan ganador y de un fútbol en el cual quien tenía técnica era celebrado, y quién tenía físico era generalmente infravalorado.
Pero los años fueron pasando, el Milan cayó en lo más bajo, Berlusconi lo recuperó y reportó mucho más. Llegó Arrigo Sacchi, y el número 10 no fue únicamente clase. Ruud Gullit con su potencia representaba la energía y la fuerza revolucionaria del Milan de esos años, un modelo diferente y seguramente inalcanzable. Luego llegó Dejan Savicevic, maravilloso y lento como un artista de otros tiempos. Hacía mover las casillas a Capello y alguna vez a los hinchas, pero su talento jamás se puso en duda.
Tras Dejan, Zorro Boban, un cruce de tantos estilos, que necesariamente tenía que ser más lineal para sobrevivir. Boban tomó el 10 y al final fue el líder del scudetto ganado por Zaccheroni, un título totalmente inesperado. El adiós de Boban el 10 acabó en Rui Costa, el fútbol como perdición, música, belleza y a veces también lágrimas. Rui Costa pasó por el Milan como un encantador paréntesis del fútbol de otros tiempos, antes del fenómeno Kakà que lo dejó un poco en la sombra.
El 10 del portugués pasó después a Clarence Seedorf, sentido del colectivo y elogio de su personalidad. Clarence convivió con el joven Kakà y con tantos campeones de la era Ancelotti, mantuvo sus ritmos, sobrevivió a los retos. Abandonó tras dos años con Allegri y era un poco como el último de los mohicanos. Pero es también el protagonista de otra historia que seguramente empezará en breve, con Honda dentro de esa camiseta. Perfecto dueto: entrenador políglota, holandés de crecimiento, amante de Brasil y de la cocina japonesa, para un 10 llegado de otro mundo. Una época a construir, para ser el nuevo símbolo del nuevo curso que debe convencer a San Siro de ser un creativo puro. Complicado asunto, más fácil convencer a casi cualquier entrenador.
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